61- NOMBRES Y "SOBRE-NOMBRES". Por Ana Leguina, y Miguel-A. Cibrián (ambos pacientes de Ataxia de Friedreich.

Bueno, pues puestos a hacer confidencias... Mi nombre completo es Ana Rosa, en serio me da palo hasta escribirlo... ¡Que mal suena...!.

Pero, en fin, os relato la bonita historia que me cuenta mi madre cada vez que le pregunto por qué me hizo eso: por qué me puso un nombre de telenovela venezolana. Si yo no soy Venezolana, más bien Española (sin entrar en nacionalismos: creo que no es ni el lugar, ni el momento. ¡Vamos, que me callo ya!).

Mi madre dice que como ya tenía dos hijos varones, cuando quedó embarazada, deseaba que fuera niña, (para poder hablar de trapitos cuando fuera mayor, supongo yo :-D) y le pidió a Santa Ana que fuera niña. Y como así fue, en agradecimiento a mi querida Santa Ana, se sintió obligada a ponerme el nombre de Ana. Por ahora todo normal, pero a la buena de mi madre le vino la idea de que Ana sólo, era poca cosa, entonces decidió añadir algo. ¿Y qué fue lo que se le ocurrió?: Pues simplemente añadir un Rosa que no pega ni repitiéndolo mil veces... ¡Que horror...! Bueno, ella me ha sugerido que quite lo de Rosa. Pero, al final, me parece como hacerle un feo, y nada más lejos de mi intención. Así que así me quedo, como Ana Rosa (je, je, je), en serio, que poco me gusta. Nadie me llama así, salvo algún primo, al que no veo muy a menudo, y lo hace para distinguirme de otra prima, mayor que yo, que se quedó con el monopolio de Ana en mi familia. (Ana Leguina).



Desde Miguel-A. :

Dícese que "para gustos pintan colores". ¡Y a mí que me parece bonito lo de Ana Rosa!.

Cuéntoles que cuando nació mi hermana menor, yo tenía 13 años. Mis padres decidieron que los padrinos del bautizo fuéramos los dos hermanos mayores. A la hora de elegir el nombre había una trifulca, porque cada vecino o pariente sugería uno y los padres y hermanos discutíamos sin llegar a ningún acuerdo. Los nombres que más sonaban eran Milagros (como mi madre), Aurora, y Raquel. Por fin, mi padre cortó la discusión diciendo que mi madre y él harían la elección en la intimidad y los demás no teníamos por qué opinar. Así es cómo los padrinos fuimos a la iglesia sin saber que nombre se iba a imponer a la niña.

Según las costumbres de la época, el bautizo se realizaba a los pocos días del nacimiento. Por tanto, ni madre, aún convaleciente del parto, no pudo acudir. Cuando el cura preguntó por el nombre a poner, mi padre contestó: Lourdes. Mi hermana y yo protestamos porque tal nombre ni siquiera había figurado entre los barajados. Mi padre nos hizo callar al instante con una frase bastante despectiva dicha ante el cura:

- ¡Estos quieren saber más que su padre!.

Terminada la ceremonia y vueltos a casa, nosotros llamábamos Lourdes a la niña.

- ¿Pero qué es eso de Lourdes? -preguntó mi madre.

- ¡Ah, no sé -contestamos-. ¡Así le ha puesto el cura!.

Era que a mi padre le había hecho una mala jugada el subconsciente: Lourdes era el nombre de una sobrinita suya que vivía con los abuelos y, en realidad, estaba casi siempre en nuestra casa.

Como es de suponer, el lío montado fue mayúsculo. Mi padre dijo que el nombre aún no había sido inscrito en Registro Civil del Juzgado, y ya preguntaría al cura a ver si el nombre de pila podía cambiarse. Mi madre sentenció que si Lourdes le había puesto el cura, Lourdes había de quedarse.

En realidad, los nombres no imprimen ningún carácter a la persona y solamente es cuestión de acostumbrarse. Para nosotros, mi hermana comenzó a llamarse Lourdes con toda la naturalidad del mundo aunque fue un nombre impuesto por accidente.



Cuentan que un señorito estaba paseando por el campo cuando le sorprendió una tormenta. Corrió a refugiarse de la lluvia al carro de unos gitanos acampados junto al río. Le acogieron estupendamente y, tras el aguacero, le invitaron a comer con tanta insistencia que no pudo negarse.

El matrimonio de gitanos tenía numerosos hijos ("churumbeles", dicen los gitanos). Sin embargo, al mayor de ellos lo nombraban constantemente: "Oye, Coné, deja zitio al zeñó pa'que ezté cómodo". "Oye, Coné, trae la botella de vino pa'que beba el zeñó". "Oye, Coné, pázale el plato al zeñó".

- Perdonen ustedes -dijo el señorito-, es la primera vez que oigo llamar a alguien Coné. ¿Podrían explicarme de que nombre deriva esa forma de apelación?.

- No lo zabemo -dijo el gitano encogiéndose de hombros-, verdá Tomaza. Dijimo al cura que lo puziera Avaristo, y dijo que Avaristo no podía ze, que tenía que ze con-E.