44, b- ¡¡QUÉ HA PASADO!!. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
Esta historia a narrar sucedió en los últimos días del mes de junio de 1986. Ignoro la fecha exacta, pero sería facilísimo hallarla en relación a un hecho futbolístico acontecido ese mismo día y que al final del texto detallaré.
En la explotación agraria familiar habíamos acabado de barbechar y, hasta el comienzo de la nueva recolección, había poco trabajo. En realidad, nunca nos faltaban las tareas, porque las vacas y los novillos daban trabajo diario y, fuera del trabajo normal o extraordinario realizado con relación a los animales, por entonces preparábamos las máquinas para la ya próxima recolección. Cuando había temporadas altas de trabajo, nunca guardábamos el descanso ni sabático ni dominical, pero si el trabajo estaba en temporada baja, mi tío (nuestro socio) iba por la tarde a una población mayor a tomar café y a jugar una partida de cartas con los amigos. Por tanto, como mi padre nunca andaba con ellos, en aquella tarde yo tenía los dos tractores de la explotación agraria a mi disposición.
Aquel día, nada más comer, decidí darme "un paseo" [entrecomillado :-)] a ver unas fincas sembradas de cebada. Las últimas lluvias habían retrasado la maduración dejando a los campos de cereales en su vista más bella de todas las posibles. Las fincas de cebada estaban completamente espigadas. La espigas, ondeando al viento, simulaban el oleaje de un mar verde ligeramente morado por la tonalidad de las garabastas de la variedad sembrada. Tomé el tractor pequeño para trasladarme por una simple razón de lógica: para esa labor concreta gastaba menos combustible.
Mi gira resultó sin novedad. Visité cuatro o cinco fincas. Miraba y remiraba desde el tractor... luego descendía... pero por la progresión de mi ataxia, dando tumbos, ya no me atrevía a alejarme del tractor más de 50 metros. Con el tractor era otra persona distinta. Llené mis ojos con el hermoso panorama y llené mi orgullo con la satisfacción de las cosas bien hechas ante la perspectiva de la buena cosecha que se aproximaba. Di por finalizada mi excursión hacia media tarde de los larguísimos periodos de luz solar de finales del mes de junio. Las 6,00 horas es anochecer en invierno, pero media tarde en verano.
Estaba regresando a casa. En la carretera adelanté a un vecino que iba caminando en mi misma dirección. Con suma educación, paré y le invité a subir al tractor. Me contó que se había quedado "atestado" (atascado) y me preguntó si llevaba un cable o una cadena. Durante gran parte del año llevábamos tales utensilios... ¡pero en esa época!. En fin, yo conocía el lugar... él estaba arando una de esas porciones de terreno llamadas "botanas" en alusión a los defectos de los pellejos de aceite [terreno que supura durante el invierno]. Ante mi respuesta negativa, vinimos al pueblo a buscar un cable.
Me dirigí a mi garaje, porque para ir al suyo había que atravesar todo el pueblo. Me detuve junto a la gran puerta y, como él podía caminar sin ninguna dificultad, le pedí que la elevará.
- ¿Para qué? -preguntó.
- Para meter este tractor y coger el grande -respondí.
Insistió con gran énfasis en que no era necesario... que sólo estaba un poco hundido y yo iba a tirar desde un lugar completamente seco. Me convenció y le pedí que entrara por la pequeña puertecilla para peatones y recogiera un cable que había a mano izquierda. Ya con el cable, nos trasladamos ambos al lugar del siniestro.
Las cosas no eran tan fáciles como parecían ser a primera vista. Tensábamos el cable y sincronizábamos la fuerza de ambos tractores. Pero aquel enorme tractor lejos de salir, se hundía aún más. Cambiábamos, alternativamente tirábamos por detrás y por delante. En uno de estos cambios, al atravesar el suco realizado al arar, se me rompió el lugar donde va sujeto el eje delantero [era un defecto de fabricación, ya estaba soldado]. Literalmente, la delantera de mi tractor cayó al suelo, y mi vecino quedó totalmente sorprendido.
- ¡¡Qué ha pasado!!.
- Pues, mira -contesté-, que ahora no tenemos ningún tractor para volver a casa.
Creo que él se puso todavía más nervioso que yo. Nuestros planes eran salir a la carretera [1 kilómetro] y allí hacer autoestop. No era difícil, pero el cielo se estaba nublando por momentos y amenazaba con tormenta. Mi vecino me tomó del brazo, pero tal ayuda no funcionaba, porque me quería sujetar tan férreamente que no me dejaba ninguna libertad de movimientos. Para no dar un rodeo, íbamos campo a través. Por ello, yo me tiraba al suelo y caminaba a cuatro patas para cruzar los arroyos. Al verme así, a mi vecino se le caía el alma a los pies. Yo ya me había agotado físicamente, y mi corazón estaba al borde de la taquicardia. ¿Pero cómo podía decirle a mi vecino que tenía que descansar... con el cielo amenazando lluvia y a la vista de sus incesantes lamentos?.
- Cuando se entere tu padre de esto, me pega -repetía una y otra vez.
Por fin llegamos a la carretera. Nos recogió el primer coche que pasó. Nos libramos más que por lo pelos de mojarnos como una sopa: El automóvil no había avanzado ni cien metros cuando comenzó a descargar la tormenta.
Este hecho sucedió el mismo día que, en el campeonato mundial de fútbol de México, con Emilio Butragueño en plan glorioso, la selección Española le endosaba 5-1 a la de Dinamarca.