41- VISITA AL GUGENHEIM. Por Pilar Ana Tolosana, paciente de Ataxia de Friedreich de Vitoria, 2/9/1999.
Tenía muchas ganas de ir a Bilbao a ver el Gugenheim, más que por los artistas que exponían ese 28 de Agosto, por ver la estructura y la esculturalidad del enorme edificio. Una de las salas estaba dedicada a Serra: un hacedor de cosas raras, diría yo. El que entienda mucho de arte pensará que soy una hereje, pero es que yo entiendo de arte sólo un poquito. Hablo con realismo. De todas formas, me gustaron aquellas enrevesadas y gigantescas planchas de acero, por entre las cuales podías pasear, claro está que con un poco de canguelo, porque parecía que se te iban a caer encima; pero sólo era la sensación que provocaban las curvas.
¡Atención, hora de subir al ascensor! Nos encontramos con las obras de Chillida, el cual, como sus obras, tiene unos pelos un poco peculiares. Monumentos, unos místicos, otros profanos, todos en tono sombrío representando el tiempo y el espacio con vistas tridimensionales en el mármol y agujeros coherentes en la madera y el acero.
Da un poco de respeto haber subido hasta el tercer piso y mirar hacia abajo. Dan ganas de suicidarse...¡qué no...! Voy a hablar de un solo cuadro de todas estas últimas salas: "Tierra sembrada" de Joan Miró. Me impactó tanto su colorido... sus perfiles... La composición era un poco desordenada, pero entrañaba vida, juego... el juego de la vida. Un original caballo, tipo a un dragón chino, una, llamémosla, trucha, una especie de araña con cara de mujer, se disponían en multitud de fondos rosas, azules, naranjas, verdes... Llegas a tal extremo que después de contemplar los interiores del museo, todo te parece una obra de arte.
En uno de los pasillos, se acumulaban un montón de caramelos de regaliz. El público asistente no sabíamos si los dulces eran para nuestras bocas o para recrear nuestra vista. Yo por si acaso cogí tres o cuatro caramelos. No, yo no soy tan descarada. Vino una de las señoritas que cuida del museo, y nos dijo que podíamos apropiarnos de las chucherías. Entonces me embolsé algunas.
Así, el Gugenheim se despidió de mí agitando su fisonomía de titanio.