51, b- SOBRE MIRADAS. Por Miguel-A, Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
Hablar de cómo nos sentimos dentro de una enfermedad como la ataxia es muy relativo: probablemente el proceso sea casi tan cambiante como la progresión de la propia ataxia. Difícilmente coincidiríamos Ana y yo (por la edad y el grado de degeneración) en una descripción de nuestro momento actual, pero ambos podríamos vernos reflejados, en pasado o en futuro, en cualquiera de las dos descripciones. Todo cambia, como cambian nuestras dificultades.
Por ejemplo, yo me sentía como el auténtico bicho raro de cual estaban pendientes todas las miradas en cuanto salía a la calle. Las miradas me eran hirientes, como dice Vicente. Tanto, que durante un tiempo traté de esconderme y hacía hasta lo inimaginable por no ser visto. Con el paso del tiempo, se admiten las limitaciones. Uno se dice: "Yo soy así... y así he de ser visto". Y dejan de importarle las miradas o lo que la gente piense o deje de pensar. En este mundo, "el/la que no es manco/a es cojo/a", y el que presume de "guapo/a" es que tiene serrín en la cabeza, porque eso es efímero e inseguro.
Y con tal cambio de ideas respecto al que te miren o te dejen de mirar, se comprueba que esas mentalidades son susceptibilidades y no realidades. La gente te acepta. Sí, se sigue observando la existencia de la mirada fija. Pero el problema no está en quien mira, sino en nuestra cabeza susceptible que califica la mirada de extraña e intensa. Podemos calificar la mirada de hiriente, cuando en realidad es solamente una normalidad ante lo diferente, lo nuevo, lo desconocido. Nada que se salga de la normalidad.
Por ejemplo, yo vi por primera vez una persona de raza negra a mis 20 años. Estaba en Burgos en la estación del tren haciendo crucigramas al lado de una cabina telefónica cuando me pidió:
- Por fa-vor ¿me de-jas el bo-lí-gra-fo?.
Claro que se lo dejé. Fue a la cabina, anotó, y siguió hablando hasta que colgó.
Le miré y remiré de una forma tan intensa que su susceptibilidad podría haber calificado mi mirada de hiriente.
- Gra-cias -me dijo cuando me devolvió el bolígrafo.
En realidad, calificando mi mirada, bien pudo haberme dicho: ¿pen-sa-bas que no te lo iba a de-vol-ver?.
Y es que tales miradas, en un 90 por ciento, no pasan de la normalidad de la curiosidad humana de hallarnos ante lo diferente y lo desconocido: no hay nada de hiriente ni nada que, como cualquier ser humano, no hubiéramos hecho nosotros.