163- EL NUEVO VELERO. Por Calógero Schembre, paciente de ataxia, de Venezuela.

"Calógero, Lino para los amigos, es atáxico de Venezuela. Padece una ataxia esporádica. Cuando yo le he solicitado este relato para insertarlo en el boletín de FEDAES y en la sección "Experiencias de ataxia" de nuestra página web, él ha puesto reparos arguyendo que cuando tuvo lugar la aventura narrada no padecía ataxia y ni siquiera sabía qué era eso o que pudiera padecer alguna vez esta enfermedad. No lleva razón Lino en tales razonamientos de excusa. Hoy Lino es uno más de los nuestros... conocido y respetado en nuestra lista de correos... y tan atáxico como quienes lo somos por causas genéticas y/o quienes lo somos desde adolescentes. Este relato, como también los nuestros, para un atáxico tiene su razón de ser tanto en el boletín de FEDAES como en la sección "Experiencias de ataxia": un aliciente para no quedarnos inactivos en el vacío ante el avance inexorable de la degeneración. Por otra parte, este relato nos ayuda a mostrar a la sociedad la cara de la realidad y a pedirles comprensión para nosotros (y el asunto aquí tiene miga, pues todos hemos sido víctimas de innumerables desprecios por el simple hecho de nuestra condición atáxica). Conociendo la posterior afección de Lino, el relato lleva claramente a extraer la conclusión de que nadie tiene la salud asegurada e, incluso, la ataxia puede llamar a cualquier puerta y a cualquier edad". (Miguel-A.).

I.

Era 1995. En los años previos me había ido muy bien en los negocios. Por ello, había decidido cambiar mi velero un "Queche" de 12 m. de eslora, llamado Modila, por otro nuevo del mismo tamaño. El trabajo que estaba realizando en aquella época era llevar turistas a los Roques en avión para, luego, estar en el velero dos o tres días. Normalmente, los excursionistas eran parejas de recién casados en luna de miel que venían desde Italia o España. Los turistas podían cocinar en el bote o comer los platillos que previamente había preparado mi amigo David. En cualquiera de los casos, yo me limitaba a instruir sobre el uso de los artefactos. Ese trabajo me gustaba bastante, porque me permitía disfrutar y trabajar al mismo tiempo y, además, siempre estaba en contacto con gente feliz. Tal ocupación me dejaba bastante tiempo libre, que dedicaba a bucear o a la lectura.

Las razones para el cambio del bote eran varias, pero, sobre todo, el sistema eléctrico del Modila ya no era fiable: En el momento crítico cuando necesitaba encender el motor, me fallaba. Por esta razón, por ejemplo: una pareja hubo de suspender un viaje de retorno a Madrid... con la consiguiente vergüenza por mi parte. En otra ocasión estuve a punto de chocar contra un muelle. La otra razón para el cambio era que, a causa del diseño, el Modila no podía ser dirigido cómodamente por una sola persona, como era mi intención.

Para el cambio, me había fijado en un modelo de la compañía Beneteau. El cual tiene la vela mayor enrollable dentro de su propio mástil. Esta ventaja trae otra clase de complicaciones, pero en ese momento no me parecieron importantes. Me puse en contacto con el representante de Beneteau para hacer la transacción. Él me informó y dio respuesta a mis preguntas acerca del bote. Días mas tarde, me llamó para informarme que el bote sería construido en USA y armado en Mirtle Beach: Una población muy cercana a la fábrica, situada en la frontera entre Carolina del Norte y Carolina del Sur. El costo del envío del bote debería ser costeado por mí.

Decidí que podría conseguir alguien para el traslado del velero, pues eso me serviría para ahorrar los gastos de envío y, además, yo disfrutaría del viaje. En esa época aún no era popular el internet. En cambio, existían unas empresas que prestaban el servicio de tablero de mensajes y de correo electrónico. En mi caso, estaba afiliado a Compuserve, y puse un aviso que más o menos decía: "Se solicita capitán para trasladar un velero de 36" desde Mirtle Beach en Carolina del Norte a Margarita en Venezuela, pago costos de traslado, fecha probable 15 de mayo"... y a continuación daba mi dirección electrónica.

El referido aviso fue contestado por alguien, llamado Andrei, que, aunque vivía en el estado de South Dakota, USA, había nacido en Checoslovaquia, y se había nacionalizado estadounidense. Andrei afirmaba, en forma jactanciosa, que había atravesado varias veces el Pacífico y el Atlántico, siempre en funciones de capitán. Me dijo que el tiempo estimado de la travesía era de 25 días. Respondí que yo iría como marinero, pero quería que él me enseñara a utilizar el sextante, porque yo sólo sabía navegar con el GPS. Quedamos en vernos en Mirtle Beach para el 8 de mayo.

El plan que me había trazado era buscar un marinero conocido por mí, acá en Venezuela, y pedirle a mi hijo, Franco, que en ese momento estaba en Boston, que nos acompañara. Cuatro personas, contándome a mí mismo, constituíamos una buena tripulación para el bote.



II.

Aunque ya había conseguido capitán, me dispuse a hacer el plan de navegación. Para ello, me hacían falta unas cartas denominadas "pilot chart" del atlántico central. Estas cartas muestran, con criterio estadístico, mes a mes, y en cuadricula de 5 grados de latitud por 5 grados de longitud, la dirección y velocidad tanto del viento como de las corrientes marinas y submarinas, la altura de las olas, advertencias sobre posibles huracanes, ect. Estas cartas están basadas en observaciones hechas desde el siglo XIX, recopiladas y mostradas como estadísticas. Usarlas puede dar una idea, porque cuanto indican tiene altas probabilidades de que pudiera suceder.

Trabajando toda una noche y a la vista de las "pilot chart" hice el plan: La distancia a navegar era aproximadamente de 6.000 km. La velocidad promedio era de 6 nudos (6 millas náuticas por hora, 11 km. por hora). Saldríamos de Mirtle Beach, con rumbo oeste durante 20 días... al llegar a 10° de longitud, el viento cambiaría ... eso nos permitía poner rumbo sur durante 5 días.

Conseguí un marinero, Bernardo. Era una persona que, como yo, tenía experiencia en el Caribe. Bernardo tendría que ir a USA por razones personales y coincidía con mi fecha estimada. Él sólo me pedía que me encargara de su manutención durante el tiempo del viaje. Mi hijo, Franco, no sólo estaba de acuerdo, sino además encantado con el plan. Nos veríamos en Mirtle Beach el 7 de mayo.

Llegué a Mirtle Beach en un avión comercial. Allí, debía alquilar un vehículo para poder equipar el bote con los víveres necesarios para la travesía, además de cabos y equipos de seguridad que no estaban incluidos en el contrato de compra del bote.

Esperé a que llegara mi hijo, Franco, y con él me dispuse a hacer la tabla de guardias en la bañera, para cuatro personas. Consideramos que alguien siempre debería ir al timón y otra persona, aunque durmiendo, debiera acompañarlo. Los víveres para cuatro personas durante 25 días los compraríamos junto con Bernardo. Nos presentamos a los armadores de Beneteau que nos informaron que al bote le quedaban unos detalles de equipamiento electrónico, pero que podíamos hacer uso de los camarotes para dormir a bordo del mismo. Franco y yo escogimos puesto, dejándole para Andrei el mejor sitio, porque era el capitán, y, además, el de mayor edad en el grupo.

Llegó Bernardo, el que faltaba por llegar era Andrei. Bernardo resultó ser un joven muy agradable y que, como ya he dicho, tenía bastante experiencia en el Caribe, pero ninguna en navegación larga.

Los tres estábamos muy excitados a la espera de Andrei. A éste lo debiéramos reconocer en el aeropuerto porque, como pista dada, portaría una caja de madera pulida contentiva de su sextante. Al fin llegó el señor Andrei. Era un hombre muy alto, corpulento, y de aspecto rudo. A primera vista, me pareció una persona que actuaba correctamente y de acuerdo a las circunstancias.

Al llegar al bote y enseñarle la cama que habíamos dispuesto para él, nos dijo que prefería el camarote de proa. Esta elección nos parecía imposible, puesto que, aunque en apariencia sea la de mejor ubicación, al navegar se convierte en el peor sitio, inhabilitándolo prácticamente para su uso.

La primera noche la dedicamos a hacer, otra vez, el plan de navegación. Coincidió con el que ya había elaborado. La única observación, hecha por Andrei, era que la temporada de huracanes comenzaba el primero de Junio, y nuestro viaje estaba previsto para iniciar el 15 de mayo.

Al día siguiente comenzó nuestro trabajo de equipamiento. Andrei se portaba muy cortésmente conmigo, pero en forma muy desconsiderada y descortés con Franco y Bernardo.



III.

Faltaba un día para zarpar. El plan era muy rígido en cuanto al día de salida, puesto que la temporada de huracanes comenzaba el quince de junio y yo no quería estar en altamar para esa época. Además, el puerto donde estábamos estacionados comenzaba a cobrarnos a partir del día quince de mayo.

La forma en que Andrei trataba a Franco y Bernardo ya había adquirido visos alarmantes. Al mismo tiempo, éstos albergaban serias dudas de que Andrei tuviera realmente conocimientos náuticos. Ante esa gran duda, no me quedaba otra alternativa que la de solicitar la documentación probatoria de ser capitán de barcos: cuestión que no había hecho anteriormente porque Andrei me lo había afirmado por correo electrónico... y en aquel momento del primer contacto yo no había considerado oportuno pedir más datos sobre ese punto. Lo cierto es que al solicitarle la documentación, Andrei empezó a actuar de forma violenta. Cuando se lo solicité, se negó rotundamente a abandonar el bote. Poco después, se me acercó el personal técnico de la empresa armadora y me dijo que no entendían el por qué personas como nosotros tenía por amigos a gente como Andrei.

Había tomado la decisión de no viajar junto con Andrei. Si ahora estuviese escribiendo una novela, podría relatar aquí que no hice caso ni a Franco ni a Bernardo, y que Andrei intentó asesinarlos en la travesía, o que asesinó a uno de ellos o a ambos, y yo quedé vivo [para narrarlo :-) ]. Y podrían surgir otras miles de posibilidades. Pero esto no es una novela, y me limitaré a contar los hechos tal y como sucedieron.

Ante su negativa, mi próximo paso hubiera sido ser llamar a alguna autoridad policial a fin de hacer bajar del velero a Andrei. Esto no fue necesario, porque hubo un momento de descuido de este último, cuestión que nos permitió zarpar el día prefijado con dos horas de retraso. Tuvimos que dejarle la maleta y la caja del sextante en la orilla opuesta a donde estábamos. Los técnicos de la compañía armadora se pusieron en contacto radialmente con nosotros para manifestarnos su apoyo e instruirnos sobre las frecuencias de las autoridades marítimas.

Desde el muelle hasta la salida al mar, había que atravesar un rió. Esto llevaría media hora. Una vez que estuviéramos en mar abierto, la velocidad y dirección del viento nos dificultaría enormemente el retorno a las costas de USA. Por tanto, en esa media hora tenía que decidir si continuar el viaje con la escasa tripulación que tenía, o volvernos al puerto.

Decidí continuar. Cuando llegamos a mar abierto empezamos a sentir fuertemente el soplido del viento. Apagamos el motor y empezamos a disfrutar del silencio. Comentábamos el infierno que hubiera sido el viaje con Andrei a bordo durante 25 días. Habría de reasignar las guardias de timón y dictar las normas de las diferentes actividades de a bordo:
· Se debería usar el arnés de seguridad, después de las 7 PM.
· Siempre el timonel debía de estar acompañado, aunque su acompañante durmiera arriba en la bañera.
· Se debería de llevar la bitácora en forma rigurosa, en ella deberían aparecer:
a) Distancia recorrida en la guardia (con su respectiva dirección).
b) Dirección y velocidad del viento.
c) Altura aproximada de las olas.
d) Hora de encendido y apagado del motor (en la práctica, esta actividad sólo era posible durante mi guardia).

Las guardias de 8 horas eran:
· 8 AM a 4 PM Lino y Franco.
· 4 PM a 12AM Franco y Bernardo.
· 12 AM a 8 AM Bernardo y Lino.



IV.

Las guardias de timón resultaron ser deseables para todos los que íbamos a bordo: Eran un buen remedio contra el mareo, cuestión que todos sufrimos durante los primeros días.

El combustible del motor disponible sólo era para veinticuatro horas. A fin de mantener cargada la batería, habíamos dispuesto encender el motor durante media hora diaria.

Después del primer día de navegación las guardias de timón quedaron así:
· 8 AM hasta medianoche Lino. Con las interrupciones del caso para comer y bañarse. Dicho sea de paso, esas interrupciones eran muy esperadas.
· Desde la medianoche hasta las 4 AM Franco y Bernardo.
· 4 AM a 8 AM Bernardo y Lino.

Como puede verse, fui justo, no escogí para mí horario nocturno. Aunque aparentemente mi horario permitía muchas interrupciones. El timón era cubierto por cualquiera que estuviera despierto. Bernardo cocinaría. Había sido escogido después de la demostración de sus dotes friendo huevos y abriendo latas. Nos daríamos un baño entre 4 y 6 PM. Y la hora feliz seria entre las 7 PM y 8 PM : En la práctica resulto ser toda la noche. La travesía era de aproximadamente 6.000 km., había suficiente tiempo libre para casi cualquier cosa.

Sólo conocía a Bernardo por su nombre. Me enteré de su apellido en algún momento del viaje. Empezó a contarme su historia en el barco. Me dijo que se llamaba Bernardo K..., que su padre era Bernardo K..., dueño de la empresa C. K..., que no se llevaba bien con él, y que su padre no aprobaba la forma de vida que él había escogido.

El procedimiento que habíamos adoptado para bañarnos suponía ponerse el arnés de seguridad y fijar éste con una cuerda a algún sitio seguro del bote, y, posteriormente, darse un chapuzón en el mar: Puesto que el bote no podía ser alcanzado a nado por ninguno de nosotros.

El trabajo en las velas era mínimo. La próxima maniobra habría de ser cuando llegáramos a 10° de longitud, que es cuando el viento, en teoría, cambia de dirección y permite ir hacia el sur.

Después de veinte días de travesía llegamos a tan ansiado punto de 10º de longitud, pero lo que allí hallamos fue una falta total de viento. El mar, por la ausencia de corrientes de aire, estaba calmo como un espejo, y en el bote hacía mucho calor: 32° C. La temperatura del mar era ligeramente inferior a la de la superficie. Por ello, todos preferíamos estar bañándonos en el mar. En un determinado momento, al vernos detenidos, el capitán de un carguero, muy alarmado, amablemente, nos preguntó por la radio si podía hacer algo por nosotros. Al responderles que éramos un velero y teníamos que esperar a que el viento soplara, entendió la situación. Nosotros comprendimos su risa y la de la tripulación.

Esta situación duro tres días: Al cabo de los cuales, empezó a soplar un fuerte viento del éste que nos permitía dirigirnos al sur.



V.

Ya habían transcurrido 23 días. En el plan inicial no estaba previsto detenerse en ningún sitio, pero próximamente íbamos a pasar por la isla de Tórtola, y todos estuvimos de acuerdo en detenernos para descansar un poco. Consultamos los mapas que llevábamos y vimos el detalle del puerto al que deberíamos llegar: Ridge Road, capital de las Islas Vírgenes Británicas. Para pedir instrucciones, comunicamos vía radio con las autoridades portuarias. Nos asignaron un muelle lleno de veleros como el nuestro. Después nos enteraríamos de que estos botes estaban destinados a ser alquilados a turistas.

Cuando descendimos, nuestro cuerpo estaba aún habituado al vaivén del bote. Lo primero que hicimos fue comer algo distinto al menú de Bernardo... lo segundo fue comunicarnos telefónicamente con nuestra familia:

Gladys me informó de que la familia de Bernardo había movilizado a la guardia costera de USA. También me dijo que Andrei había mandado mensaje, a través de Compuserve, y que era mejor esperar a que yo lo leyera. Le dije a Gladys que le avisaría al salir de Tórtola, pues una vez en marcha, nos faltarían sólo cinco días para llegar a Isla de Margarita.

La estancia en Tórtola nos sirvió para descansar, hacer turismo, y lavar ropa. Al cabo de tres días, el día 26 salimos hacia Margarita. El trayecto estaba previsto hacerlo en cinco días, pero el fuerte viento permitió que nos adelantáramos: haciéndolo solamente en cuatro.

Nuestra llegada a Margarita fue por la ciudad de Porlamar, capital de la isla, y muy bien conocida por todos nosotros. Aunque la llegada estaba prevista para el día siguiente, Gladys ya me estaba esperando. Me mostró lo que había enviado Andrei: una serie de deseos... para que naufragara y muriera en la travesía.

Bernardo desapareció el mismo día de nuestra llegada, pues su padre lo había enviado a buscar en un Citation particular (avión ejecutivo de varios millones de dólares).

Franco tuvo que volver a Boston: se le habían terminado las vacaciones y apenas le quedó tiempo para saludar a su madre.

Gladys y yo, después de hacer los trámites de entrada a Venezuela, teníamos bastante tiempo para llevar el bote hacia su destino final: la ciudad de Puerto la Cruz.