UNA ÉPOCA DE MI VIDA DE LA QUE ESTOY MUY ORGULLOSA. Por Ana Fernández, paciente de Ataxia de Friedreich, de Pontevedra.

Al acabar COU en Junio de 1992, hice la selectividad, aunque aún no sabía lo que quería estudiar :-). Fueron dos días fatales, con los nervios a flor de piel. Cuando por fin acabamos tuvimos que repetirlo, porque ese año se habían producido filtraciones. Suspendí. En septiembre volví a presentarme, y volví a suspender.

Lo único que podía hacer sin haber aprobado esos exámenes, era estudiar algo para lo que no hiciera falta tener aprobado el Selectivo, por eso aquel año me matriculé en Magisterio en Pontevedra (ya que aquel año fue el último en que no lo pedían).

Pontevedra está a 30 kilómetros de mi población de residencia, O Grove. Por ello, todos los días íbamos en coche dos chicas, un chico y yo a Magisterio. El edificio era viejísimo y nuestra clase estaba en el tercer piso. Había muchísimas escaleras y cada vez me costaba más subir y bajar. La cafetería, en cambio, estaba cinco escaleras más abajo. Así que al final opté por pasarme el día en la cafetería jugando a las cartas. Pensaréis que me pasé un año maravilloso sin hacer nada, pero en realidad para mí fue un año malísimo, ya que me cansaba muy pronto y cada vez me era más difícil caminar.

Ese año hicimos el certificado de minusvalía y al volver a hacer el selectivo lo presenté: por ello me dieron más tiempo. Por fin aprobé y decidí que quería estudiar Psicología en Santiago de Compostela (que está a 100 kilómetros de O Grove, por lo que tendría que vivir allí).

Al lado de la facultad, un poco más arriba, había una residencia universitaria, pero no tenía ninguna plaza para minusválidos y sólo se podía entrar teniendo la familia una renta muy baja. Entonces, mi padre habló con el rector y le dijo que si no podía entrar allí, no podría estudiar. Al final se crearon esas plazas y entré. Incluso me dejaron escoger una habitación que me fuera cómoda.

Al principio lo pasé fatal, estaba sola (tampoco tenía compañera de habitación con la que hablar), y me era muy difícil ir a cualquier sitio. Había un chico en mi clase, amigo de una amiga mía, que se ofreció a acompañarme a clase todos los días. Así que ya tenía a alguien en quien confiar e incluso salíamos de vez en cuando (como amigos, ¿eh?, no vayáis a pensar mal). Pero, la verdad es que no íbamos mucho a clase (no venía a buscarme o venía tarde). Entonces conocí a más gente de clase y quedé con una compañera en que me viniera a buscar, ya que ella venía en coche todos los días desde Coruña. Y así pasó el primer año. Al final, entre julio y septiembre aprobé seis de doce.

En segundo curso tuve una compañera de habitación con la que estuve cinco años y que se convirtió en una buena amiga. Ese año conocí a mucha gente y me fui encontrando mucho mejor allí, ya me conocían todos y yo a ellos. Compramos una silla de ruedas, ya que me sería mucho más cómoda y me daría más independencia. Aunque al principio no me gustó nada la idea, poco a poco me fui acostumbrando a ella. Siempre había alguien dispuesto a ayudarme y la verdad es que todos se portaron muy bien conmigo.

Ya había acabado el tercer curso, pero para pasar al segundo ciclo sólo te podían quedar 23 créditos y a mí me habían quedado 26, con lo cual, mientras los demás hacían cuarto, me pasé un año recuperando las que me habían quedado. Ese año entró mi hermano en la residencia para llevarme a clase y estar allí para lo que me hiciera falta. Entonces compré una silla de baterías que me dio muchísima independencia: ya podía ir sola a clase o a dar una vuelta. Cualquier cosa que necesité (rampas, adaptar el baño, etc.) me lo hicieron. Cuando pasé a cuarto mis amigas ya estaban en quinto y no conocía a nadie: así que hice nuevos amigos. El último fue el mejor año. Estoy muy orgullosa de lo que he conseguido, no sólo por el título de psicóloga.