LA ESCUELA RURAL.. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Tengo muy pocos recuerdos de mi infancia, y ninguno de los primeros años de la misma. Tal vez sea normal este tipo de desmemoria. Si en gran parte pudiera deberse a nuestra formación metal aún poco desarrollada en las etapas infantiles, también es cierto que los seres humanos adultos, con el paso del tiempo, vamos perdiendo los gases de las reminiscencias por algún poro del neumático mental. Sea como fuere, solamente consigo traer a mi memoria flashes sin la menor importancia en mi vida, y sin conexión de ninguna especie con nada de nada. Me pregunto por la razón de que tal puñado de instantáneas, casi absurdas, haya quedado en mi cabeza. No tengo respuesta. A lo sumo, podría aducir teorías basadas en que la capacidad del recuerdo humano es limitada, y se van perdiendo reminiscencias viejas a medida que introducimos nuevos datos en el almacén cerebral. Tal hipótesis se seguiría explicando con que cada vez que sacamos una instantánea del viejo baúl de los recuerdos, la volvemos a rearchivar como dato nuevo. Ésa podría ser la causa de que antiguas cuestiones, sin importancia, parezcan tener fuerza inusitada a la hora de recordar.

Posiblemente no haya desvariado demasiado teorizando. No obstante, la realidad, que es tozuda, guarda muy poca relación con cualquier explicación más o menos psicológica. Y me pregunto, por ejemplo: ¿qué sentido tiene que el único recuerdo, con respecto a la edad escolar, que tengo de Paulino (que emigró a Barcelona) sea que, sentados en el refuerzo de la torre, junto a la escuela, con el índice hacia el cielo, le dijera a Carlos: "¡Carlillos, parece que nieva!". No recuerdo más de Paulino en esa edad escolar. ¿Acaso no es absurdo? ¿Qué motivo hay para este breve flash intranscendente permanezca intacto en mi memoria? ¿Por qué?.

Siempre he tenido la idea de que entré el la escuela antes de tener la edad marcada por la legislación de aquella época. La edad escolar entonces era a los 6 años. Por supuesto, aquella normativa no podía tratarse de algo rígido... a no ser que el funcionario docente aplicara las leyes a rajatabla. Si los cumpleaños pueden caer en cualquier fecha del año, los cursos solamente se inician a primeros de septiembre. Esa diferencia no parece ser de ninguna importancia en mi caso, pues cumplo los años en el vacacional agosto. ¿Cuándo comencé entonces exactamente mi etapa escolar? No lo sé. Pudo ser que, como no existía guardería, al llegar la primavera y comenzar las tareas en el campo, como una forma de tenerme controlado, mi madre le pidiera al maestro que me admitiera en la escuela. Otra posibilidad sería la de haber comenzado el ingreso escolar a primeros de año, una vez pasadas las vacaciones navideñas. Me inclinaría por esta segunda probabilidad citada, por cuestiones climáticas: Recuerdo que, alguna vez, nevando, mi padre me llevó a la escuela, acuestas, tapado con una manta... y, a la salida de clase, fue a buscarme para regresarme a casa, de forma idéntica a la relatada. En cualquier caso, estaríamos hablando de 1959.

No haría falta decir, ni suponer, que en mi primer día de clase, todo era nuevo para mí. Miraba y remiraba todo con ilusión y cierto descaro. Tal vez hubiera llorado de haber sido una guardería a los 2 años. ¡Pero no casi a los 6 y sabiendo que, tras 2 horas, habría un recreo y podía recorrer los 100 metros, que me separaban, para ir a casa a buscar un trozo y un poco de queso, o de chorizo!.

Como un flash de los antes mencionados y bastante absurdos, recuerdo que me instalaron en la primera mesa de la columna izquierda (había tres). También recuerdo haberle preguntado a Maxi (otro compañero mayor), ¿qué libro era aquel que estudiaban? "Es el catón. Y leemos, no estudiamos", me respondió. Curiosamente, no he sabido nunca más de tal libro, ni me he preocupado por saberlo. Hoy, con mayores conocimientos, supongo que se titulara así en honor al senador romano Catón, y de tratara de lecturas cívicas y/o moralizantes.

La escuela del pueblo era prácticamente nueva. Se trataba de un edificio aproximadamente de 30 por 8 metros. En realidad, el total, eran dos escuelas independientes, adosadas: niños y niñas. Por tanto, había maestro y maestra. Las ventanas eran grandes y situadas a medio del piso. Los ventanales sumaban un total de 12: 6 por cada escuela. Por ello, la luminosidad era buena. Había luz eléctrica, pero prácticamente no de utilizaba ese servicio. Las entradas estaban por la cara éste, tras sendos portalillos, llegaban las aulas. A la cara oeste, común a ambas escuelas, había un amplio jardín... con su pozo... y lleno de rosales a la orilla de la verja. Tales arbustos daban rosas blancas, y nadie los cuidaba, ni regaba, ni podaba, y ni siquiera se los hacía caso. Sin embargo había tres rosales de olorosas rosas rojas de pétalos apretados, a los cuales, por decirlo así, cual infanticidio, nosotros martirizábamos. Las rosas rojas no pasaban de su capullo casi adulto (no fuera que las cortara otro, antes). Todos presumíamos de rosas rojas en la solapa, o en los jerseys tejidos de lana... exposición que comenzaba en la boquita... pero... al final, tus dientes se había comido el rabo de la rosa... y, con un apéndice de un centímetro solamente servían para llevarlas como adorno insertadas en algún huequicito de la ropa, antes del olvido definitivo.

No sé exactamente en qué año se construyeron estas escuelas. En la pared principal había un amplio escudo hecho a base de baldosas, y sobre él una placa con datos sobre su inauguración. Posteriormente, ya sin necesidad de escuela, el edificio fue derribado íntegramente para, en el solar, construir un ayuntamiento. Previamente, yo había hecho una fotografía al escudo y la placa. La foto hubiera sido aclaratoria respecto a la fechas. Lamentablemente, no la encuentro. De forma aproximada, cifraré la fecha de construcción de las escuelas hacia 1946.

Modelo político aparte, jamás se reconoce el valor de las inauguraciones del antiguo régimen. Sin embargo, para quienes conocemos estas cosas, y hay muchas en cada pueblo, es necesario reconocer los hechos con más realismo. Es edificante cómo se acometían estas obras con ilusión y sin apenas presupuestos. Hoy los impuestos se han disparado, y cualquier mínima obra de las administraciones lleva aparejados presupuestos de despilfarro. Probablemente fuera un gran mentira aquel escudo y aquella placa que atribuía la obra al Estado, Franco, al Ministerio de Educación, y al gobernador No-sé-cuantos. Lo cierto es que el edificio era de adobe... y los vecinos se amasaron los adobes... lo cierto es que la madera se sacó de la chopera del pueblo... lo cierto es que todo el trabajo: albañil, carpintero, obreros, acarreadores del material, etc. fueron los vecinos del pueblo. Es decir, el Ministerio se limitó a pagar, las tejas, las baldosas, el yeso, los pupitres, dos mesas y sillas para los maestros, cuatro miniarmarios, dos fotografías enmarcadas de Franco, y otras dos de Jose Antonio. No obstante, fue una ejemplo de lo realizado y forma de realizarlo en cuanto a escuelas en tantas y tantas pequeñas poblaciones. En esta misma, de idéntico modo, se hizo el teleclub años más tarde, y, posteriormente, la acometida de aguas. Yo mismo he trabajado gratis, 1975, en la llamada "prestación personal" en la captación de aguas, traída al pueblo, depósito, y puesta de tuberías y desagües para la instalación de agua corriente en las casas.

Siempre se ha dicho de mí que "era muy listo". No creo ser más inteligente que los demás. Lo que sí suele suceder que por un montón de circunstancias te muestras más interesado, y aplicas más, incluso te adelantas a los tiempos, y, por ende, en cuanto al grado educativo, vas por delante de tus compañeros. Eso me ocurrió a mí. Normalmente, los alumnos iban a la escuela sin saber los elementos alfabéticos. Yo no sólo sabía leer mínimamente, también había hecho mis pinitos en escritura. El instructor fue mi abuelo paterno. Cierto que él apenas sabía leer, y cuando leía, lo hacía a "camara lenta" y silabeando. Creo que aprendió a leer siendo adulto. No obstante, le encantaba ejercer de maestro, como si fuera su vocación frustada. Mi abuelo era muy autoritario. Gastaba mal genio. En este tema, era como si llevara grabado en la mente lo de "la letra con sangre entra". Sí, tenía paciencia explicando: "la redonda es la "o", la de las patas p'a'rriba, la "u"... la del punto, la "i"... pero la perdía preguntando. Si fallabas, nadie te libraba de capón, pestorejazo, o golpe en la cabeza con aquella vieja regla de madera ligeramente arqueada por el paso de los años. Su actitud servía para que a mi primo, meses mayor que yo, no lo pillara ni de broma. En cambio, yo, que era más dócil, sentado sobre sus rodillas, rellenaba parte de sus tiempos libres, ejerciendo, él de maestro, y yo de alumno.

Mi abuelo también nos hacía unos cuadernos del papel de los sacos de pienso compuesto para los animales. Cortaba él mismo las hojas, las plegaba, y luego cosía (sí, con aguja y lana) a modo de grapas. Finalmente, rayaba las hojas con aquella regla ligeramente arqueada. Por ello, cuando ingresé en la escuela, también sabía escribir algunas cosillas no demasiado complicadas. No sé si tal adelantamiento es bueno, o malo. No soy psicólogo para definirme. Posiblemente, cada cosa haya den ser a su tiempo, y en ello, no pueda existir beneficio sin llevar un perjuicio aparejado. No entro a hacer recomendaciones. A mí aquel adelantamiento me sirvió de lo que me sirvió. Ignoro si hubo aspectos negativos. Tal vez pudiera generalizarse, pero el devenir de cada ser humano es impredicible. Desde luego, lamentablemente, mi futuro ha tenido muy poco de regla general. En realidad, la regla de mi vida ha salido muchísimo más torcida que la ligeramente arqueada de mi abuelo.

Y volviendo a la escuela, mi primer maestro se llamó D. Daniel. Ni siquiera recuerdo su apellido, ni su rostro. Solamente continuó en el pueblo curso y medio tras mi inicio escolar. Fue trasladado, y nunca lo he vuelto ver. Como flash de D. Daniel solamente recuerdo que meses antes de marcharse, a quienes hicimos la primera comunión aquel año (yo aún no había cumplido los 7), tras la Misa, nos invitó a su casa. Su esposa nos preparó un desayuno de chocolate con churros, y ambos nos entregaron un pequeño obsequio personal, que ni siquiera recuerdo de qué se trataba. L a casa citada, donde vivían, que era propiedad del ayuntamiento, años después, se derrumbó, y no queda de ella nada de nada.

De mi primer año escolar, sí recuerdo que sacaba la bandera a la ventana, y se cantaba el "cara al sol". Es necesario anotar que tal acto no guardaba relación con la ideología del docente. Más bien, podría pensarse que fuera una norma ministerial. Tal costumbre desapareció como por arte de magia. No sé lo que ocurrió con la bandera. Lo más factible es que terminara como trapo para borrar el encerado (pizarra). Sí recuerdo que el asta de la bandera era de color verde. Posteriormente, se utilizó como atizador. Al ser de madera dura aguantó mucho tiempo en esta tarea. Respecto al "cara al sol", sí recuerdo que teníamos parodias humorísticas que implicaban en la letra nombres de vecinos del pueblo. Lo cual indica claramente que no se puede dar lectura, en cuanto a afiliación política, a tales hechos relatados.

El siguiente maestro fue D. Arsenio. Era muy joven. Tan joven que aún tenía pendiente de realizar el servicio militar. Recuerdo que mientras parte de su mili, tuvimos un maestro substituto. Era pelirrojo. Eso es lo único que me queda de el reemplazante en la memoria. De D. Arsenio, en cambio, recuerdo bastante. Se casó con la sobrina del cura del pueblo. Siguió aquí de maestro hasta que, a causa de la marcha de familias a la ciudad en busca de mejores porvenires, se quedó la escuela sin alumnos suficientes para su funcionamiento. Los escasos niños que había, eran trasladados en autobús, diariamente, a un nuevo colegio comarcal, en Villadiego, a unos 12 km. D. Arsenio, auque consiguió plaza de docente en el nuevo colegio comarcal de Villadiego siguió viviendo en el pueblo. Se trasladaba diariamente al centro de trabajo en su coche particular. No sólo fue vecino mío por vivir en el pueblo, sino también por vivir a 30 metros de mi casa... lo cual, incrementa el grado de vecindad. Lamentablemente falleció en plena juventud, en 1881, a causa de un tumor cerebral. Dejó viuda y dos hijos.

En sus inicios, D. Arsenio fue de la antes citada ideología de "la letra con sangre entra" de mi abuelo. No hay nada que alegar... y sería absurdo hacerlo. Los tiempos eran así. También él fue evolucionando al compás de las costumbres impuestas por el paso del tiempo. Yo mismo fui testigo de tal paulatina evolución. Lo cierto es que durante los primeros años, la regla anduvo lista para pegar, no para medir. Hablar en clase, no hacer la tarea o hacerla mal, o no saberse la lección, era penalizado con 10 palmetazos en las manos. Obviamente, yo fui un privilegiado... no sólo por mi docilidad (que posiblemente no fuera virtud personal, sino derivación de un complejo), sino también por mi constancia en hacer tareas e intentar aprender las lecciones de cada día. Algún alumno se llevó demasiada leña.

Tampoco ceo que la práctica del castigo sea solución a nada. Alguno se acostumbra a los golpes, y se acabó... ya todo le da igual. Sí vi que esta práctica llevara a bastante animosidad de los alumnos contra el maestro. Pero no es nada que haya perdurado al paso del tiempo. Nadie guarda rencores por cuestiones que no llevan intención de dañar. Pasados 40 años, hablando con otros alumnos, más castigados que yo, no he viso resquemor.

Esto de los palmetazos tenía su cosa. Algunos corrían intercambiando las manos...de modo que la operación era casi un visto y no visto Otro sacudían las manos, las soplaban, se quejaban, y hacían toda clase de parsimonias que prolongaban la operación. Decíase que había que untarse las manos con ajo para que rebotara la regla, sin hacer daño. Ignoro si se decía por guasa, o con sinceridad. Nunca lo probé. Me temo que si al maestro le hubiera olido a ajo, te habría mandado a lavarte, ya la vuelta, los reglazos, en vez de 10, habrían sido 20.

D. Arsenio, al llegar a clase se colocaba unos guardapolvos azules. Visto desde la actualidad, puede parecer raro. No lo era. Escribía muchísimos en los encerados (pizarras), y les borraba él mismo. Era, pues, algo necesario para proteger su ropa del polvillo blanco de la tiza.

En fin, el maestro, en aquellos tiempos, tenía autoridad total. En un inicio, podían existir otra clase de castigos en apariencia menos crueles que los palmetazos, pero a larga más duros. Poco a poco se fueron suprimiendo. Pero, podían dejarte sin recreo, que era intranscendente. Podían dejarte encerrado en la escuela durante el horario de comida. Lo cual, en primera instancia, parecía un simple cachondeo. Hasta podía irse de machito, porque, a su vuelta a clase tras la comida, los compañeros te llevaban un poquito de pan, y te lo entregaban por la ventana... y ya el no va más, era si la dádiva provenía de alguna niña. Pero... tenía su tremendo "ay" en una segunda instancia: ¿Cómo explicar a los padres que no había ido a casa comer?. No había más remedio que decir la verdad, aunque se intentara matizar y hasta disfrazar. En tal caso, dijeras cuanto dijeras, si tu padre no te pegaba un soplamocos, te iban a lanzar sermón que terminara diciendo: "¡Algo habrás hecho, bien se te está"!.

Observése la diferencia en este sentido de aquel ayer con actualidad. Hoy los padres te dirían: "¡Ay, mi niño! Ese maestro es un hijo de puta, que te tiene manía. Ahora mismo voy a hablar con el director y hasta con el Ministro de Educación para que lo pongan de patitas en la calle!".

Otro posible castigo podía ser dejate encerrado varias horas tras la salida de clase. Dicho así, parece un sinsentido, pero no lo era. El castigo consistía en que, de esa forma, te privaban de poder ir a ver al teleclub determinada película, o serie televisiva. Incluso, no sé a título de qué, podían hacerte ir a la escuela una tarde, en hipótesis libre, para dejarte encerrado. Yo mismo, con todos los compañeros de la clase, estuve encerrado una tarde, libre, de martes de carnaval. No recuerdo lo que hicimos de malo, pero una tarde martes de carnaval era especial y había una mascarada tras la salida del Rosario.

Sin embargo, los párrafos anteriores pueden dar una errónea impresión, falseando totalmente la realidad la realidad. Lo dicho, simplemente son métodos acordes con las costumbres de aquellos tiempos. Buscar a tales formas cualquier relación con la mala intención del instructor, sería como rizar el rizo de la estupidez. Acertar, o equivocarse, en las formas, no denota actitudes negativas intencionadas. No cabe duda de que D. Arsenio fue una persona totalmente comprometida tanto con la educación de los alumnos, como con el bienestar de los vecinos del pueblo. Lo primero es demostrable con las llamadas "permanencias": prolongación gratuita de su horario de clase para quienes decidieran asistir a cursos especiales, o para alumnos necesitados. Yo mismo tengo que agradecerle una educación especial cuando me fue necesaria, incluso en su propia casa. Lo referido al bienestar de los vecinos del pueblo, queda patente en el hecho de asumir la dirección de vecinos en el proyecto de traída e instalación de agua corriente en las casas.

No voy a ser yo quien defienda aquel modelo educativo, en decadencia, plagado de abusos. Pero tampoco aplaudiré el actual. Parece que vamos como un péndulo: de un extremo a otro, sin detenernos en un punto intermedio, que sería lo ideal. Al docente se le ha restado cualquier autoridad, lo cual redunda en falta de interés educativo, y le obliga a la única meta de evitar cualquier mal rollo con los alumnos, hagan lo que hagan y se comporten como se comporten.

Como notas pintorescas de mi estancia (en inicio) en la escuela rural, poco, o nada, entendibles desde la actualidad, diré que se estudiaba cantando. Tal y como describe Antonio Machado en uno de sus poemas: "Y todo un coro infantil / va cantando la lección / cien veces ciento, diez mil, / mil veces mil, un millón". Que solamente teníamos un libro de texto que englobaba todas las asignatura: la enciclopedia Álvarez.... que durante los primeros años, para escribir y hacer cuentas, utilizábamos pizarras y escribíamos con pizarrines... que para borrar la pizarra, se la humedecía echándole el aliento, y se borraba con la manga del jersey... que se escribía con plumas a cuyo extremo se insertaba el plumín... que en los pupitres había tinteros de loza... que los secantes (papel secante) eran imprescindibles... que si mojabas demasiado el plumín en el tintero, lo más probable es que se escullase, y te cayera un tintón en el papel o en el pupitre. Y por el mismo estilo anecdótico, en relación a la famosa película de Berlanga (1952), "Bienvenido Mr. Marshall", recuerdo el bidón de leche en polvo de los americanos. Y, en parecida actuación a la reflejada en dicha cinta cinematográfica, vienen a mi memoria las banderitas que nos dieron a los niños para que agitáramos sin cesar cuando vino el gobernador... aunque no sé a lo que vino. Ya sé que en la citada película suena a chiste, aunque no lo era tanto, sino una realidad narrada en tono cómico.

He de decir que las escuelas tenían un sistema de calefacción muy castellano. Se basa en el hipocausto romano. Es decir, en gran parte las aulas eran huecas por debajo. El mantenimiento era baratísimo. La energía se conseguía mediante la quema de paja de cereal. Y eso en esta comarca agraria sobra, y es gratuito. Era totalmente limpio, pues el atizado no se realizaba desde la sala de clase, sino desde el portalillo. Eso sí, la llevada cabo resultaba un poco engorrosa. Nos encargamos los propios alumnos... por parejas... un novato con un veterano. Cada semana cambiaba de pareja de encargados. Por todas las circunstancias que rodeaban a esta labor, no era un trabajo, sino algo que se deseaba con ilusión que te tocara.

En los recreos merodeábamos las calles que circundaban la escuela, la iglesia, y el teleclub. La calles eran de tierra. Nada de cemento ni de asfalto. Las gallinas andaban sueltas por la calle... y por ella, pasaban ovejas, vacas, y mulas. Y, sin embargo, no había suciedad. No había vehículos... a no ser algún carro arrastrado por animales. También había espacio verde para retozar revolcándonos cuando llegaba la primavera y no existía humedad.

En los recreos, incluso bajamos al tojo del puente del río... a arrojar lanchas (piedrecitas) que saltaban sobre el agua. Alguna vez el tojo estaba tan helado que los más valientes se daban un paseo por encima del hielo. Tampoco era tanta la lejanía de la escuela. No creo que estuviera a más de 40 metros. La llamada a entrar de nuevo en clase, tras el recreo, era muy fácil. Coincidía con el toque de campanas, a las 12:30, llamado "mediodía", que el campanero realizaba puntualmente. En hipótesis, desde tiempos inmemoriales, el toque de mediodía servía para que los trabajadores del campo, regresaran a casa, a comer.

Fuera de los horarios escolares, otro toque de campanas que nos servía de referencia a los niños era el de llamado "oraciones", a las 21:00. ¡A casa, a cenar!. Puede parecer raro, pero no lo es tanto si pensamos que los niños estábamos totalmente libres por la calle. Podría pensarse que a esa hora es muy tempano para el regreso a casa en verano. La verdad es que era en verano cuando la mayoría de los niños, dependiendo del oficio de sus padres, no tenía tiempo libre. Desde la más tierna infancia, cada uno en la medida de sus posibilidades estaba obligado a implicarse en las tareas familiares de la recolección agrícola. Esta es otra cuestión, similar a la anterior de los castigos y los movimientos pendulares, yendo de extremo a extremo. Por supuesto, no es bueno hacer trabajar a un niño de forma constante. ¿Pero se puede esperar responsabilidad en el trabajo, de la noche a la mañana, de alguien que en su vida nunca se ha responsabilizado de nada que no sea la juerga y vivir a cuenta de sus padres?.

Y, siguiendo con los horarios, en la torre de la iglesia había un reloj mecánico de enormes pesas, y con números romanos en su parte exterior. Nunca lo vi en funcionamiento. Es de suponer que estuvo funcionado durante décadas, antes de cansarse. Debió ser ruidoso marcando las horas, pues en apariencia, un mecanismo accionaba un campanillo. Vino varias veces a repararlo, sin éxito, un hombre del que, por respeto, no quiero escribir su nombre. En hipótesis, era un borracho, y los niños le seguíamos a distancia, entre miedo e hilaridad. Se reía de todo, de él y de nosotros. Beber, no sé si bebía, pero era como si su estilo de vida fuera una filosofía. No sé quién era, ni porque vivía así... ni puedo juzgar a nadie, ni me da la gana hacerlo. Este señor parecía muy diferente a la gente de los pueblos. Parecía muy culto, aunque entremezclara tonterías con reflexiones bien hechas y bien expresadas... como si su cerebro funcionase a ráfagas, y cambiara constantemente de conversación... o, sin acabar una, empezara otra. No lo sé. Lo único cierto es que amanecía durmiendo en cualquier pajar, sin siquiera una manta con la que taparse, aparte de la ropa que habitualmente llevaba puesta.

Nuestros juegos, dependiendo de las edades, eran infantiles y requerían mucha movilidad. a "A los indios": era deambular con manojo de palitos que se arrojaban a los demás a modo de flechas. ¡Y muerto a quien le golpeara un palito! Pistoleros (infalibles además) que ponían la bala donde ponían el ojo, y mataban a todo aquel que sacara la cabeza de la trinchera: "Andrés. ¡Pas! Muerto". "No vale. ¡No me has visto!". ¡Vaya, follón al canto!. A veces era más serio, y la munición piedras de verdad, aunque siguiera siendo juego. Aún tengo en la cabeza la cicatriz de una herida hecha por una pedrada que me pegó Fernando en su corral mientras jugábamos a la guerra parapetados en unas jaulas de conejos. ¡A veces se daba en el blanco! "A caballos". Se corría por parejas. El jinete "cabalgaba", por su propio pie, agarrado a la trasera del jersey del caballo. "¡Ya está bien, hombre, ahora te toca a ti hacer de caballo!". "A matar"... que no era matar a nadie, sino un juego de puntería basado en golpear con tu tejilla la de tu compañero contrincante. "Las cartas"... (que no era de escritura). Sino de sacar de un cuadrado, golpéandolos a distancia con un trozo redondeado de suela de zapato (soleta), los cartones de cajas de cerillas. Por cierto, como monaguillo, llegué a jugar a las cartas en la sacristía mientras el cura estaba en el confesonario. Era normal que todos los niños lleváramos en el bolsillo de forma permanente la (nuestra) soleta y un puñado de cartas... que se ganaban, o se perdían, en el juego.

Entre los deportes, estaba el fútbol. Recuérdese la final de la Eurocopa (1964). España- Unión Soviética. 2-1. Goles de Amancio, y Marcelino. En tiempos cercanos al horario escolar se jugaba en la calle entre el jardín de la escuela, y el teleclub y sus jardines. El balón era de goma. Siempre estaba pinchado. No se arreglaba. ¿Para qué? ¡Si no hacía ninguna falta que tuviera aire! Lejos del horario escolar se jugaba en las eras. Había buenos campos, de verde césped, pero las porterías las marcaban dos piedras. Siempre surgía la discusión de si fue gol, o el tiro iba demasiado alto. Nada grave, puesto que no había nada en juego. ¡El ganar no era importante! Aquí, en las eras, se usaban balones más sofisticados. Recuerdo que tuve un balón de cuero a medias con Andrés. Nos lo dio Orbea por rellenar un álbum de cromos de Bonanza (serie televisiva) que venían en sus pastillas de chocolate. O sea, nada de regalo. Tras volver de jugar, pegaba al balón un puntapié y lo mandaba al pajar, su sitio de guardado. Para suavizar el cuero, lo untábamos con manteca. Tal vez por eso, le hicieron los ratones un agujero casi del tamaño de una moneda.

También tenía suma importancia el juego de pelota. En cierta forma, más aun que el fútbol. Hoy equivaldría, más o menos, a lo que se ha dado en llamar pelota vasca. La única diferencia es que no existía pared lateral. Por frontón se utilizaba la pared de la torre del campanario de la iglesia. Aquí, a veces, jugaban, por parejas, chicos que ya habían pasado de la edad escolar, incluso ya casados. Y se formaba verdaderos espectáculos de partidas a 22 tantos, revanchas y contrarevanchas. Si jugando al fútbol siempre fui malo, esto de la pelota era la caraba para un incipiente atáxico. Mejor dejarlo por imposible. ¿Golpear con la mano una diminuta pelota en movimiento? ¡Si al menos hubiera tenido el tamaño de un balón de fútbol!.

A veces queríamos emular los juegos de los hombres casados los domingos en la plaza: la tuta (tusa, o tarusa), y la chana. Si cada uno tiene un reglamento distinto, una característica común sería que ambos son juegos de puntería. A la tuta se tira con doblones circulares de metal a un palito. La chana parece un juego más ancestral, y se tira con piedras redondeadas de forma cilíndrica (cantos rodados escogidos) a cuernos vaca, o de buey. No hace falta decir lo que yo y mi incipiente ataxia pintábamos en estos juegos. Si me correspondía el turno de tirada, por si acaso, todos se apartaban. ¡Más les valía!.

Tuve muchos compañeros en mi etapa escolar. Sin embargo, algunos lo fueron durante tan poco tiempo que apenas me quedad recuerdos de ellos. A bastantes les he perdido la pista por completo, e ignoro que ha sido de sus vidas. A la mitad ni siquiera la reconozco en viejas fotografias. Se suman varia circunstancias para que así sea: Unos acaban el ciclo escolar a poco de empezarlo yo , por ejemplo. Por otra parte, está que el incremento de requerimiento de mano de obra en la ciudad, hacía que anualmente se fueran del pueblo familias enteras en busca de futuros mejores. Este fenómeno resulto brutal. De haber dos maestros y 70 alumnos entre niños y niñas, 20 años después, los alumnos del pueblo (que iban en autobús a un colegio de Villadiego), ya podían contarse con los dedos de las manos. Aún así, es necesario hacer constar que los mayores índices de emigración correspondieron a la primera mitad de la década de los años 60. Lo cual, curiosamente, coincide con mi tiempo pasado en la escuela rural. Finalmente, habría otro dato a tener en cuenta. Es que un altísimo porcentaje de alumnos no terminábamos el ciclo escolar, sino que nos ibamos con los frailes en busca de una educación que mejorara la calidad de vida de nuestros padres. Esa era a realidad, y no una pretendida vocación.

Por lo dicho el párrafo anterior y porque la afinidad siempre nos acerca más es normal que recuerde con un énfasis especial a los llamados quintos (nacidos en el mismo año que uno mismo), y/o a los de año arriba o año abajo.

Poco recuerdo de esa época escolar, como ya he dicho. Fui un niño bastante acomplejado y marginado. El motivo era mi poca estatura y escaso desarrollo físico. Eso me marcó profundamente. La infancia noes la mejor época para aceptar las desigualdades del otro. Siempre tenía que jugar con niños inferiores a mi edad. No pocas veces tuve que escuchar cuando surgían discusiones, dicho con desprecio y como sentencia final para acallar la disputa: "¡Cállate, que no vales ni lo que costo bautizarte!". ¿Y que se puede hacer ante esto? Nada. Retirarte, humillado.

Si algunos niños se dedicaban a incordiar a las niñas, vecinas de escuela, yo no me solía meter en su terreno. Más de lo mismo. Si había peleas verbales contra el grupo de niños, donde, curiosamente, yo sólo había estado a ver, oír, y callar, como el más débil, acaba llevándome los insultos. ¡Pues, anda, que, dicho con sorna, o sin sorna, no tienen las féminas la lengua afilada, ni nada!. Por lo demás es como si los niños tuviéramos derecho de paso por su territorio hasta doblar la esquina. Y pasábamos, sí... pegados a la acera... a toda velocidad, aún a riesgo de atropellarlas. Cosa distinta era, por ejemplo, meterse a saltar en su soga y/o buscar descaradamente la pelea. Especialistas había. ¡Eso, yo no!.

En cambio, y en sentido contrario, si pasábamos a la clase de la niñas a realizar actividades conjuntas, era el mimado y protegido de la maestra. Y es que era como un muñequito de cera con cara de niño bueno... aunque no fuera tanto. La misma cara que ahora me ha quedado de tonto, muy tonto... sin serlo tampoco tanto. Con la maestra me encontré en 1992. Ni yo la hubiera reconocido a ella, ni ella a mí. Pero iba con mi padre a quien sí conoce. De todas formas, una silla de ruedas es muy llamativa... y ya había oído ella que yo la utilizaba.

Un curso tuve por compañero de pupitre a Honorino. Por entonces comenzaban a gustarnaos las niñas. Y Honorino me daba la lata diariamente con un calendario. No se interprete a la ligera. El calendario no era erótico. Era un calendario comercial de la casa UFAC con una niña dando leche artificial a unos terneros. El problema es que Honorino había puesto a la niñoa el nombre de una vecinita.

Aquel mismo curso fui a Villahizán de Treviño para un examen de obtención del certificado de escolaridad. Fuimos cuatro, acompañados por ambos maestros: dos chicas y dos chicos: Lourdes, Primitiva, Honorino, y yo. Aprobamos los cuatro.

Al curso siguiente, Honorino estuvo con unos frailes capuchinos en Pamplona. Lo más probable parece que yo intentara irme con él, pero el fraile no me aceptase Y es que yo me ofrecía a irme con todos los frailes que pasaban por la escuela buscando niños. Siempre escuchaba lo mismo. Al verme tan diminuto, me decían: "¡Oh, niño, tú eres muy pequeño aún. Ya volveré al próximo año por aquí!".

Honorino me escribió una carta de amistad desde Pamplona. No estaba muy contento entre los frailes. Probablemente fuera demasiado trasto para someterse a la disciplina de un internado. Duró solamente un año con los frailes. Su familia, entretanto, había emigrado a Portugalete (Vizcaya). Por ello, no volví a verlo de nuevo hasta pasados 7 u 8 años.

Por fin, un día, me aceptó un fraile. Mi siguiente curso, 1965-1966, sería con los frailes benedictinos de Santo Domingo de Silos.

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(*) La niña de la foto es mi hermana, Piedad. Las diferentes escuelas estaban adosadas. Estas fotos no estaban encargadas. Los fotógrafos se presentaban en las escuelas y hacían fotos, que luego intentaban vender a nuestros padres. Ponernos juntos a los hermanos, y con esa pose, era un excelente gancho para que nuestra madre comprara la fotografía.